miércoles, 27 de julio de 2016

Hasta ayer


Quizás hasta ayer pensé que teníamos algo. Un algo que no sabría definir ¿Complicidad? ¿Cariño? ¿Apego? Era, por decirlo de alguna forma, la sensación de que éramos más que simples conocidos que se encuentran por casualidades del destino, de que había encontrado alguien en quien confiar plenamente y con el que sentirse cómoda y segura era algo sencillo. Puede que me equivocase o puede que al principio si tuviésemos ese algo y que se perdió con el pasar de los días. Ahora ya no lo sé. No sé qué éramos, no sé qué somos, ni se lo que seremos.
Hasta ayer era consciente de que no te abrías al cien por cien como lo hacía yo. Me pedías confianza y to te la daba, aún cuando todo y todos me decían que no debía lanzarme con el corazón al descubierto.
Asumí el riesgo que suponías y perdí la apuesta. No digo que me arrepienta, siempre diré que es mejor llorar por lo que se ha perdido que por lo que nunca se ha tenido. Aunque, ¿realmente tuve algo de ti alguna vez? Hasta ayer pensaba que sí, que un poquito de ti si había sido mío. Hoy sólo pienso que debería aprender a dar menos de mí a los demás. Que está bien asumir riesgos, pero quizás hacerlo de una forma más responsable… Siendo más consciente de lo que hago y arriesgándome a bajar por ese precipicio, pero poniéndome un arnés de seguridad por si el abismo es demasiado grande y las fuerzas me fallan.
Desearía decirte todas estas dudas en persona, atreverme a mirarte a los ojos y decirte que no tengo nada claro ahora mismo ¿Qué quiero? Es que sinceramente no lo sé. Pero tengo miedo. Miedo de que veas que me duele haber perdido algo que, aunque en realidad nunca tuve, por un momento creí que era mío. Por eso, por mi cobardía y por la necesidad de decírtelo de alguna forma, me desahogo en esta carta. Puedes leerla o no, nunca lo sabré realmente si no me lo dices; pero al menos puedes hacerlo.
Antes de terminar quisiera decirte que hasta ayer hubiese hecho cambiar todo el universo por ti. Pero eso fue hasta ayer.


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Dejé de creer en cuentos

Hace mucho tiempo que dejé de creer en los cuentos de hadas.
Quizás fue cuando sufrí por primera vez la pérdida de un ser querido o a lo mejor cuando vi cómo se rompía mi familia. Puede que fuese el día que me rompieron el corazón por primera vez o cuando comprendí que yo también había roto alguno.
No se realmente cuando dejé de creer en cuentos, lo único que sé es que desde entonces mi vida es cada vez un poco más gris.
También sé que una parte de mi busca encontrar de nuevo esa inocencia, esa ingenuidad que se ha perdido por el camino de la madurez. Porque en el fondo todos desearíamos volver a creer en los cuentos que nos contaban de pequeños.


viernes, 15 de julio de 2016

Recuerdos

Después de tanto tiempo volvía a ese lugar, volvía a casa.
Entré por la puerta y me recibió el dulce olor a manzana. Por inercia fui a la cocina, porque por un momento pensé que habías hecho nuestro pastel, ese que siempre hacíamos en las tardes de otoño.  Pero, cuando llegué vi una cocina sin vida: no había café recién hecho, ni fruta en el frutero, las sillas estaban colocadas encima de la mesa y tu taza de café no estaba el escurreplatos.
Retrocedí otra vez a la entrada y vi al causante de mi confusión, un pequeño ambientador encima del mueble del recibidor. Seguramente alguien allí lo había dejado para que la casa no oliese a cerrado. Sonreí, porque quien lo había hecho te conocía perfectamente y sabía que era tu olor favorito.
Con esa misma sonrisa fui hasta el salón, por un momento fui incapaz de moverme. Las fotos me miraban desde todas partes y cada una me contaba una historia. Con nostalgia cogí uno de los álbumes de fotos y me senté en tu sillón favorito a verlo. Con tristeza vi mi vida capturada en trozos de papel fotográfico. Trozos de papel que contenían recuerdos que habían permanecido enterrados hasta ese momento y que ahora resurgían. Intenté buscarte en las fotos, aun sabiendo que sería casi imposible encontrarte: te sentías más a gusto detrás de la cámara que delante de ella.
Con pesar cerré el álbum y lo dejé en la mesa que café que estaba enfrente. Entonces la vi una foto donde salíamos tú y yo. Había pasado mucho tiempo desde entonces. Una versión más joven de mí sonreía mientras te abrazaba y tú reías a carcajadas.
No sé cuánto tiempo pasé mirando esa foto, realmente no lo sé. Pensé en muchas cosas, pero sobre todo pensé en cuanto tiempo habías pasado tú mirando esa foto desde ese mismo sillón y en cuanto tiempo habíamos perdido en lugar de seguir acumulando recuerdos. Porque ahora esos recuerdos son lo único que me queda de ti.


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Invisible

Decían que era una chica normal, de esas que no suelen destacar en nada, una persona invisible.
Y ella, por el miedo al que dirán, se acostumbró a ser normal, a ocultar todo lo que la hacía destacar, a ser invisible.
Hasta que llegó a un punto en el que perdió aquello que tanto tiempo había escondido.


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miércoles, 13 de julio de 2016

Rota

Entonces lo sentí, sentí como me rompía en mil pedazos. Busqué el pegamento que uniría todos esos pedacitos de mí, como tantas veces lo ha hecho, aunque algún fragmento se quedase por el camino.
Lo busqué, pero esta vez no logré encontrarlo. Habían sido tantas las ocasiones que lo había usado en otros y en mí, que ya no quedaba.
https://www.blogger.com/blogger.g?blogID=5230099266822137069#editor/target=post;postID=2416791795920780198;onPublishedMenu=editor;onClosedMenu=editor;postNum=0;src=postname
Entonces descubrí que no podía hacer otra cosa que quedarme quieta y rota. Esperaba que alguien llegase a ensamblar todas las piezas. Anhelaba que alguien hiciese por mí lo que yo había hecho por otros.
Y mientras esperaba seguía allí, rota.

Deseé olvidarte

Deseé olvidarte. Quizás fue un momento de dolor lo que me hizo querer deshacerme de todos nuestros recuerdos o quizás fue un momento de sensatez en el que vi todo el daño que me has hecho. Quizás fueron ambos al mismo tiempo. Puede que en un instante en el que puede pensar con claridad vi todo de forma objetiva: las mentiras, las burlas, los desprecios, los engaños… Lo analicé todo desde la frialdad de quien piensa que ya no puede sufrir más. Y al pensar que no podía sufrir más por ti me confié. Confié en que esto no podía hacerme más daño.
   Gran error. El dolor llegó tan de repente y tan inesperado que me dejó sin aliento. Volví a sentirlo todo otra vez, pero esta vez agravado por la sensación de que podía haberlo impedido. Fue todavía más duro verlo bajo ese prisma. Darme de cuenta que todo ese tiempo yo te había permitido herirme fue devastador, porque ya no podía culparte únicamente a ti por todo, yo debía asumir la parte de culpa que me correspondía.
   Cuando llegas a esta conclusión es cuando te das de cuenta de cuanto has querido a la otra persona, aunque solo fuese un momento la has amado más que a ti. Fue entonces cuando intenté recordar por qué me enamoré así y los recuerdos volvieron a mi mente. Esta vez no eran los recuerdos de nuestras discusiones o de los malos momentos que pasamos juntos. Al contrario, eran los momentos más bonitos de nuestra relación, aquellos en los que realmente fuimos felices juntos.
   Ante esos recuerdos las dudas me asaltaron nuevamente. ¿Qué falló? ¿Fuiste tú? ¿Fui yo? ¿Fuimos los dos? ¿Quién hizo que todo empezase a torcerse? Las dudas me hicieron sentir todavía peor, porque no sabía que era lo que convirtió algo que pudo ser tan hermoso en una pesadilla.
   Nuevamente deseé que no hubieses aparecido en mi vida, que el destino nunca nos hubiese puesto frente a frente, que nuestra historia se hubiese quedado en un libro jamás escrito y mucho menos leído…
  Deseé olvidarte y al mismo tiempo deseé que nunca te hubieses ido de mi lado, porque, aunque eres lo más doloroso que me ha pasado, también fuiste lo más hermoso.



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